Otra visión del mundo

Solidaridad sin Fronteras considera que el próximo programa de regularización del gobierno de Canadá será selectivo y miles de migrantes serán excluidos. “El estado de vulnerabilidad será mayor”


Horacio Zamora
Crónica Norte

MONTREAL, 10 julio 2022.— El próximo 17 de julio se llevará a cabo una manifestación denominada “Marcha por un estatus para todos”. El evento tendrá lugar a las 2 de la tarde en la Place Émilie-Gamelin, muy cerca del metro Berri-UQAM, y es organizado por la red de ayuda para migrantes Solidaridad sin Fronteras.

De acuerdo con los organizadores de la marcha, ésta surge como una reacción ante la intención que tiene el  gobierno federal de implementar un programa de regularización para los llamados “sin papeles”. Sin embargo consideran que este beneficio será selectivo y no se extenderá a todas las personas que se encuentran en Canadá bajo un estatus migratorio legal precario o sin estatus. De esta forma, miles de inmigrantes y solicitantes de asilo serían excluidos del programa y quedarían expuestos a un estado de vulnerabilidad con todas las agravantes que esto representa.

 Eloy Rivas Sánchez, catedrático e investigador de la Universidad de Athabasca, Alberta, calcula que aproximadamente 335 mil “sin papeles” podrían estar residiendo a lo largo del territorio canadiense.  De igual forma, explica las consecuencias de vivir bajo estas condiciones.

Primero, Rivas Sánchez detecta que los afectados van justificando el deterioro de su salud física y sobre todo mental, derivado del estrés y la ansiedad que provoca habitar sin estatus en Canadá, como una circunstancia natural que experimenta quién abandona su país para integrarse a otro. De esta forma, atribuyen los males físicos, las dolencias y los cuadros de depresión que surgen, a factores climáticos, gastronómicos y lingüísticos, sin adentrarse ni reparar en otras situaciones todavía más graves y de carácter interno, cómo las que son generadas por la incertidumbre de vivir en la clandestinidad.

Así mismo, normalizan los abusos que se cometen en su contra en el momento en que intentan ejercer sus derechos fundamentales como personas para acceder a una vivienda digna, a un trabajo estable, al servicio médico y en general, a una buena calidad de vida y a su disfrute.

El investigador también reconoce otra consecuencia de esta situación y la describe como un incremento o la iniciación en el consumo de alcohol, algunas drogas y constantes episodios de violencia al interior del hogar debido a la frustración que origina la ilegalidad migratoria.

El tema ha cobrado un gran interés por parte de personas que temen el alcance de una situación migratoria adversa parecida a la antes descrita, y durante una sesión de asesoría ofrecida por Solidaridad sin Fronteras, la convocatoria superó las expectativas.

En el salón de reunión se pudieron escuchar testimonios estremecedores de gente que ha tenido que abandonar su nación por circunstancias que violentan sus derechos humanos y que han llegado a Canadá con la esperanza de poder ejercerlos libremente, sin embargo, a decir de ellos, se han topado con una realidad espeluznante.

“Nos hemos llegado a sentir como moscas en la leche”, dijo un mexicano que emigró con su familia y decidió establecerse en las comunidades aledañas a la metrópoli, donde encontró resistencia a la aceptación por parte de los nativos debido a su origen.

Una chica narró su experiencia migratoria luego de llegar a Canadá a la edad de 7 años, huyendo con sus padres y hermanos de China debido a la Política de Hijo Único, establecida por el gobierno en 1979 y derogada apenas en el año 2015.

Antes de cerrar las participaciones, una niña de origen latino y de apenas 13 años, quien se mantuvo atenta a las prolongadas intervenciones debido a las traducciones del francés e inglés al español, levantó la mano y asumiendo por todo lo escuchado que, era muy probable que tuviera que vivir junto a su familia como ilegal, preguntó en un francés que ya domina de manera fluida: “Pensez-vous que je peux continuer aller à l’école et voir mes amis si je vis illégalement?”.  A la pregunta le sucedió un total silencio, la traductora necesito más de un segundo para recuperar el aliento y secarse las lágrimas; luego transmitió el cuestionamiento en español. La respuesta fue: “Sí, hasta los 16 años”. La niña sonrió con la respuesta, agarró del brazo a su papá y le dijo con la inocencia propia de la edad: “Todavía tenemos tiempo”.

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