Otra visión del mundo

La creación de tan complejas formas son determinadas por ciertas condiciones ambientales; se forman en las nubes cuando una gota de agua se congela alrededor de una partícula de polvo o polen


Horacio Zamora
Crónica Norte

MONTREAL, 9 febrero 2023.— Los copos de nieve son agrupaciones de muchos cristales de hielo que se forman en las nubes a temperaturas de -12 o – 13 grados Celsius. 

Este fascinante fenómeno físico se logra cuando una gota de agua se congela alrededor de una partícula de polvo o polen, tomando la forma de un prisma hexagonal o de ramificaciones.

Sin embargo, la creación de tan complejas formas son determinadas por ciertas condiciones ambientales como la temperatura, la presión atmosférica, la humedad y hasta el número de partículas en suspensión. 

De esta manera, podemos encontrar durante una nevada una cantidad impresionante de diferentes copos de nieve con distintas estructuras físicas debido a las condiciones de su formación.

Esto ha llevado a pensar que los copos de nieve son únicos e irrepetibles entre sí. En este sentido, a pesar de que los copos fueran extremadamente similares en su forma anatómica, no serían idénticos en su estructura atómica, ya que las moléculas de agua y su disposición tendrían que ser diferentes.

Los tipos de copos de nieve más comunes que hay en la naturaleza son los prismas simples, láminas estrelladas, dendritas estelares, columnas huecas y agujas, cristales triangulares y las rosetas de balas.

Aproveche estos días de bajas temperaturas y de constantes nevadas, para apreciar este espectacular fenómeno físico y descubrir en la medida de lo posible, todas las fascinantes formas que tiene los copos de nieve.


Este es un cuento de un amigo tratamundos, cuyos sueños lo llevan a caminar por senderos lejanos. Su sensibiliad le permite descubrir realidades ocultas y nos las transmite a través de letras


Por Villano Sexto
Crónica Norte
, especial


Marino y su socio serpentean Matehuala en busca de reincorporarse a la México-Laredo. Recién conquistaron Santa María y sobrevivieron el aniversario del Sonorámico en Garibaldi, así que sólo les resta cumplir con el último evento del año. Pero antes, en la salida del poblado, la radio les ofrece el resumen de los acuerdos en seguridad nacional y el camino una tira de madera destartalada que anuncia el chuzo de las hermanas Celis.

“Voy por un tinto, sí me hace el favor y me espera aquí”, se adelanta Molina. Marino acepta la propuesta y permanece fuera de la cafetería, donde pronto lo alcanza una mujer de ojos rasgados con un caminar capaz de zarandear el presente. <<Parece chinita>>, juzga y le sonríe. Ella le devuelve el gesto sin sospechar que le recordó el chiste del taxista que lo salvó meses atrás, cuando al comprar sus galletas de la suerte en pleno año nuevo chino chilango el líder de la calle de López intentó apañarlo para tener de vuelta el control de la Doctores.

“Buenas”, arranca él. “Oiga, ¿es cierto que el sexo de las chinas está acostado?”, pregunta al tiempo que comienza a dibujar en el aire la figura de la vía láctea. Por respuesta la mujer chasquea sus cejas y sus labios, pero también comienza a deslizar su falda. La emociona mirarlo seguirla hipnotizado, por lo que se detiene hasta llegar a la mitad de sus muslos. “¿Así o menos acostado?”, escucha él tras descubrir las alas en sepia que brotan desde la entrepierna hasta las caderas color arena de la mujer.


Foto: Alij Anaya

Imagina la infinita altura prometida por esa fina colección de trazos, pero su socio lo interrumpe al observar a la salida del chuzo el par de nalgas expuestas: “¡¿uyyy, todo eso es suyo o se lo prestaron?! Tan rica la princesa. Mejor dicho camine que nos coge la noche”. La mujer deshace su recorrido anterior y vuelve a cubrir su cintura; y mientras Marino toma su café y se dispone a seguir desmoronando la distancia entre Iztapalapa y la Independencia, ella regresa a la cafetería en busca del polvo de hena con el cual pintar en un costado de su cuello la silueta de una bailarina oriental. <<Así o más alto>>, celebra minutos después al remojar un par de galletas de animalitos en una taza de chocolate cuya espuma comienza a desbordar todas sus orillas.


Este es un cuento de un amigo tratamundos, cuyos sueños lo llevan a caminar por senderos lejanos. Su sensibiliad le permite descubrir realidades ocultas y nos las transmite a través de letras


Por Alij Anaya
Crónica Norte,
especial


CUBA.- A Charanga le metieron diez años por irse de putas con el hijo de Fidel, soltó Maicol a la mitad del camino al destapar el Havana Club y los segundos 300 kilómetros restantes. Esa mañana, en una pizzería de Santiago, viajeros sudamericanos le preguntaron si sabía cómo hacer para llegar a Jamaica. ¡Si supiéramos ya nos hubiéramos ido!, se le adelantó Rolando en voz alta desde la mesa de al lado y con ello se ganó el viaje de vuelta a la capital con todo y turista brasileño.

    En El Cotorro, hambriento y casi en automático –volaba todos los días desde El Vedado hasta Santiago-, Rolando acarició la mejilla de su compañera y ofreció a la visita la cacerola de langostas temblando en el suelo de la sala. Ya salgo, se rindió al fin y corrió un poco la cortina para intentar dormir unos minutos. Rey aprovechó el desconcierto de Verdao y comenzó a dibujar varias siluetas en el vacío: ¿Cuántas te traigo? Tenemos tiempo antes de que salga tu avión, ¿cuántas tú quieres?

   Días antes, en un estudio de la calle Obispo, Maicol abordó a Verdao y no lo soltó más nunca. Recorrieron Centro Habana y Habana Vieja derramando críticas y cucs y remataron las noches de diciembre rentando novias a un costado del Habana Libre. Verdao se quedó con el teléfono móvil de dos chicas y continuó viéndose con ellas día de por medio durante toda su estancia. Incluso terminó bailando solo y apretadito con la esposa de Maicol en un salón de baile cercano a Copelia.

   En Sao Paulo Verdao convenció a los ejecutivos de Perdizes luego de año y medio de probar suerte con campañas publicitarias menores. La suerte y la ironía estuvieron de su lado: al final de un convivio en la oficina se empecinó en perseguir una compañera y terminó en uno de los Saraus mejor plantados del este de la ciudad. Maia abandonó el recelo inicial y lo presentó con poetas y promotores de aquella revuelta periférica. La revelación comercial fue inmediata: el maestro de ceremonias y muralista del calzado rojo y enorme como tanques de guerra era idéntico al Che.

   ¿Le estás ofreciendo mujeres? Dale, Rey, salió palmoteando de la pieza, gritando para hacerse escuchar sobre Kelvis y Elito Reve, la compañera de Rolando. Rey les guiñó una pupila y salió con prisa del departamento. Ariadna terminó de correr la cortina, mandó a su niña al edificio de enfrente y le ofreció a Verdao el inicio de sus senos al recoger la cacerola de langostas. Verdao recordó a la mujer de Maicol apretándole la cintura y la nuca y dudó si debía comenzar a ensayar una frase que combinara rechazo y agradecimiento. Disculpa, muchacho, ya te pongo la comida sobre la mesa, aclaró Ariadna regalándole una sonrisa circular.

Foto Alij Anaya

   Rey volvió a aparecer en la entrada del departamento. Regresó balanceándose con varias libras de bistec y arroz. ¡En el barrio hay… tres días de carnaval!, tomó a Ariadna y la hizo bailar aunque ella pronto se dirigió a la ventana. ¡¡Canelaaa!!, se le adelantó Rey con el llamado, abandonó la bulla, arrancó con la habladera y confió que su hijo había tenido quince días antes en el Cardiocentro de Santa Clara una cirugía combinada de corazón-pulmón prácticamente milagrosa. “Una proeza científica en favor de la vida”, le mostró el titular del Granma. Asere, ¿qué tú piensas? Habla claro, pidió Rey. ¿Afuera? Allá es una carnicería, confundió Verdao su respuesta ante la avalancha de preguntas recibidas.

   Ese veinticuatro de diciembre, durante la operación de Ángel, Verdao, Rolando y Maicol recorrieron Santa Clara en busca de la tercera nieta del Che y de la última firma del contrato publicitario. Por la mañana en Santiago sólo les habían pedido una pizza y un helado, pero bajo las toneladas de granito y firmeza de su abuelo Alicia no entendía porqué insistir en algo tan absurdo que además se hacía de por sí hace varias décadas. En fin: nunca han entendido nada, concedió y, ya de espaldas a los cuatro, mandó un abrazo para Charanga mientras rehacía su rumbo hacia el centro de Santa Clara.

   Verdao volvió al Sarau dos Umbigos con la mercancía de la línea Canela&Candela apretujada en la van. También visitó los Saraus del norte y el sur de la ciudad, pero la mercancía terminó malbaratada en una venta de liquidación de un centro comercial. A mediados del siguiente año, cuando observó la transmisión del himno gringo rasgando el malecón, creyó que era buen momento para cumplirle a Rolando la promesa de conseguirle alguien que se casara con él para sacarlo de allí. Y también recordó que en El Cotorro sintió que en la isla todo se le escabulló conservando siempre su cadencia de gozo desesperado e independiente. ¿Y qué tú quieres que te den?, reaccionó a los timbrazos del móvil y descubrió a Ariadna cantándole del otro lado del satélite.


Este es un cuento de un amigo tratamundos, cuyos sueños lo llevan a caminar por senderos lejanos. Su sensibiliad le permite descubrir realidades ocultas y nos las transmite a través de letras


Por Alij Anaya
Crónica Norte
, especial


Benque gruñó fingiendo un tono adulto que el tiempo no le iba a regatear. Cuando el calor y la humedad colada en las grietas y los muros de la calle le asaltaron la frente, rodeó el mural comunitario y la tanqueta para tomar un agua mineralizada de su tienda.  Minutos después comenzó a orinar justo en el límite del panteón y la secundaria. Lo hizo con calma y regodeándose de mostrar en público su placer. Tembló y se sacudió alegre y despreocupado frente a los padres y los soldados. Fascinada por la escena,  una muchacha clara y ágil de tercer año se acercó a palmearle la espalda. “Maqui”, se presentó clavándole la sonrisa en la frente surcada por la sorpresa y el sudor.

   Las bolitas de vainilla del helado resbalaron por su chazarilla hasta alojarse a la altura de su  ombligo. Benque juzgó que tenía libre el camino y comenzó a limpiarle la chazarilla. Maqui le dio un manotazo a su gorra, le apretó la nuca, se alzó la chazarilla y le hizo chuparla.  Otro joven aprovechó la distracción general para garabatear un tag en la tanqueta y los soldados reaccionaron corriendo desbocados hacia él.  Da Silva, que había asistido a entrevistar a profesorxs del colegio, disparó un par de fotografías antes de correr e intentar sumarse a la rechifla de  la divertida y enardecida marea adolescente.

   Zigzaguearon entre las tumbas del panteón hasta llegar al riachuelo que dividía ese barrio de una zona residencial. Allí, Maqui y Benque continuaron avanzando entre la maleza hasta hallar un pequeño descampado. Se recostaron y esperaron a que la agitación y el vértigo quedaran atrás. “¿Por qué no usaste la lengua?”, reprochó Maqui tan pronto lograron contener las carcajadas. “¿Se la cortaron los patrones? A ver sácala”. “¿Cómo así?”, se asustó Benque. “Pues así”, insistió Maqui y comenzaron a saborearse ansiosos, frágiles e irreverentes.

   Horas después Benque caminó de nuevo hasta tener otra vez frente a sí a la tanqueta. Esta vez decidió hacer su boxeo de sombra frente a ella y agregó además una serie de lagartijas y abdominales a la rutina. En algún documental pilló a un man parecido a él hacer boxeo de sombra en la plaza del barrio antes de darle a la chamba. Juzgó que ambos parecían calcas del lateral derecho del Barcelona. En la pantalla un grupo de jóvenes comía sancocho y oteaba atento el horizonte de ladrillos, armas, mujeres y metrocables.


Foto: Alij Anaya

   En esa azotea de Itagüi, con la respiración entrecortada pero un tono de voz más viejo y amplío, el man remataba el documental secundando la frase del antropólogo de Popayán parchado con ellos. “Dios es una sustancia”, decían mientras masticaban la pierna de una gallina. Aquí, Benque tuvo la ocurrencia de añadir al boxeo un movimiento en el que juntaba sus rodillas con el estómago en un par de saltos breves y veloces, justo como si estuviera a punto de saltar a un campo de futbol.  Entonces hizo un sprint hacia la entrada de la secundaria, al llegar cambió el ritmo y, con toda calma, pintó “Maqui, tu sonrisa me apendeja” en la reja. La noche cayó en el barrio y el volcán comenzó a expeler cenizas.

   Durante la última década la furia ya era parte del aire. Da Silva volvió a Ciudad Primera preocupado por lo que él consideraba el final de su tierra. Hace años Da Silva divulgó la división de la nación pactada en un rancho de Belem entre militares, empresarios y políticos de masas en turno. La furia será de nuevo parte del aire, ofreció esta frase inicial en aquella entrevista decisiva. Promesas y amenazas peleándose el espacio, lo mismo de siempre, rumió Da Silva en su cuarto al recordar su mañana. Entrelazó sus dedos en el cabello de Leticia y los apretó suavemente.

   Le gustaba vivir allí por sus vecinos. En Punta Diamante hallaba la mezcla de vulnerabilidad  y decadencia que necesitaba para sobrevivir y en el centro cultural se hacía creer que valía la pena enseñar historia y dictar talleres de producción sonora. Da Silva hallaba la inspiración para escribir la editorial de cada día a esas alturas de la noche, mero cuando los jadeos, las trompetas de la orquesta juvenil del centro cultural y la combustión de los motores quemando la autopista competían entre sí.

   Cuando Leticia despertó, por un instante creyó que tenía consigo a la adolescente de esta mañana. Aún ajado y un poco descuidado, el cuerpo de esta mujer era igual de atractivo: de pronto un día, entre una ciudad y otra, Da Silva reconoció que había superado aquel tiempo en el que negaba que una mujer podía ser todas las mujeres. “Pareces amapolita sembrada al amanecer”, le cantó en la mente pero se quedó inmóvil. “Gracias por hacerme un campito, ahí nos miramos la otra semana. ¿Vas a querer chalupas?”, Da Silva aceptó con una seña, se trepó a la red y envió su texto. Leticia regresó a su caserío entre las montañas y las cascadas del norte de Guerrero y Da Silva entró al punta diamante a servir tragos, acompletar la quincena y programar reggaetón.

   “Esta furia arcaica es diseñada”, trazó así con los restos de la ceniza amanecida en esa periferia de la ciudad el parabrisas de la Ford Lobo apocada en la entrada del hotel. Quería chapulines pero se conformó con una guajolota. Antes de aquella entrevista solía comerlos al despertar para arrancar el día con una sensación ácida y salada. Ahora sorbía  atoles y café imaginando que aún podría lamer los senos y la entrepierna de Leticia. Al terminar de mordisquear el tamal de dulce tuvo ganas de regresar a la secundaria del otro extremo de la ciudad. Ya iba a tomar camino cuando otra camioneta arrojó cerca de él los últimos muertos de esa noche en la Unidad Morelos.

   Sacó su grabadora de mano para registrar las primeras reacciones de la gente: murmullos, miedo y desconcierto pero, también y pronto, costumbre y cotidianidad. El sonido de la violencia. Cuando chillaron las sirenas, los gritos para vender comida y conseguir transporte ya se habían reapropiado del lugar. Descuidado, un niño con uniforme a cuadros y mochila de gokú divisó los cuerpos arrojados cuando los tenía casi a sus pies y tuvo que saltar rápido entre uno y otro para no tropezarse. Su abuela lo regañó pero su madre elogió su agilidad. En menos de cinco minutos, la bola de gente y los murmullos se deshicieron cuando todxs corrieron hacia el Lasser que logró maniobrar para estacionarse en la única esquina libre del crucero.

   En su paso por Ciudad Primera rumbo a la periferia norte, al pasar por el jardín central escuchó clara una frase escondida, nítida y vergonzosa. Encendió la grabadora y repasó ansioso las entrevistas de un día antes en su búsqueda. Halló la frase perdida detrás de la voz en primer plano del director de la secundaria: “más vale vivir arrodillados que morir encobijados”. Herido, intentó repasar las imágenes de lxs trabajadores y alumnxs que habían entrado a la dirección cuando hablaba con el responsable de ésta.  Recordó a la profesora de primer año, al maestro de educación física y,  perdida en el reflejo del nicho que escondía la bandera nacional, la muchacha risueña que provocó la algarabía de ayer al hacerse chupar el vientre frente a los soldados.

   Da Silva decidió entrar a la tienda de Benque tras esperar dos horas a que los cabos salieran de ella. Buscó un latón de cerveza oscura, sacó de su morral una tableta y comenzó a escribir frenético sobre el monitor. Delineaba con la yema de los dedos varias letras mayúsculas que llenaban todo el monitor y después oprimía un icono de play que traducía a una voz gruesa y uniforme todas sus anotaciones. Las primeras carcajadas de Benque casi lo hicieron doblarse en el piso. “No la chingues, compa; por lo menos no suena como la voz española del GPS”, logró decirle. Luego le arrebató la cerveza  y, a cambio, disolvió un par de pastillas en un vaso de agua mineral y le indicó que lo tomarían afuera.

   “¿Sabes que Dios es una sustancia?”, inició la charla Benque. De eso va esta pintura, chécala  bien, le indicó el mural comunitario detrás de la tanqueta. Pero nomás no te claves: estos  milicos soportan todo menos que les mantengas la mirada mucho tiempo, señaló directo al soldado que se asomaba por la escotilla de la tanqueta y le pintó huevos. Da Silva sintió un sudor frío correr por la espalda y de repente escuchó nítido el martilleo de las olas golpeando el peñasco de Belem donde aquel par de agentes le cercenaron de un tajo media lengua. “¿Puedo grabar tu voz?”, escribió lento en el monitor de su laptop.

   “¿Entonces estos son los empleados de los meros meros ganones de Sonora?”, preguntó después Benque cuando vieron a la tanqueta tomar rumbo hacia la reja de la secundaria para estrellarla. El mural quedó descubierto frente a ellos y pronto tuvieron frente a sí todos los gritos y todos los colores, las nubes rotas, los cuerpos corriendo, todos los dioses y todas las sustancias, el volcán observándolos y las cenizas envolviéndolos. “Es que es demasiado el vacío, ¿no crees?”, logró reaccionar Benque tras varios minutos de estupor. La secundaria casi se había quedado desierta pero Maqui aún lo esperaba en el otro lado de la cuadra con una sonrisa comprensiva y cómplice. “Su sonrisa me apendeja”, dijo Benque -eludiendo el tono adulto que el tiempo no le iba a regatear- y corrió hacia ella olvidando por completo a Da Silva.


Artículo de una incansable viejera. Ella vive con intensidad cada día. Sus aventuras son historias qué contar y esta es una de ellas: el amor según trabajador del volante


Por Lorein Valencia
Crónica Norte


Hablando de amor, puedo decir, con algo de pena, que sí me han roto el corazón ya bastantes veces, ¿será que quizá todos los hombres son unos patanes? o ¿será que uno mismo busca la forma de romperse el corazón?

    Era miércoles a medio día, soleado, fresco; generalmente voy corriendo a todas mis reuniones, cosa en la que pronto, o algún día, trabajaré. Había decidido no arreglarme tanto, unos jeans casuales, flats, como si fuera a dar la vuelta al parque. Tomé un taxi, pues mi aplicación me mostraba tarifa dos veces más alta que la de costumbre. No soy pudiente, soy impuntual.

    Victor, “pero sin acento”, me reiteró, tenía aproximadamente 70 años. Dudé en preguntarle su edad, a veces la gente pone un escudo cuando se los preguntas, así que tomé de referencia su cabeza canosa, sus dientes gastados (los que aún quedaban) y su piel flácida, como vela. Quise creer que esa sería su edad. “Sí, Victor tiene 70 años”.

    Me llevaba camino a mi cita de negocios en su taxi; era lo poco que le quedaba como patrimonio pues, a su edad, ya sólo lo usaría para cubrir sus gastos personales. Yo pensaba, ¿cuántas personas han sido beneficiadas con el ingreso que genera este viejo taxi?, mientras volteaba a todos lados del interior del auto, mirando lo sucio y gastado que estaba; era de esos taxis que ya huelen a viejito, a polvo de años, a Sol, a trabajo. Cuando le empecé a hablar de mi artículo sobre el amor, él sólo volteó hacia mí, al asiento de atrás, me regaló una sonrisita con la que me agradecía por haberle hecho recordar algo muy especial, y con sus ojos verdes fijos en mí me hizo  la primera pregunta: “Señorita, ¿para usted qué es el amor?”


Foto: Crónica Norte

    Al cabo de unos minutos de tratar de explicarle mi definición, era mi turno de saber la suya, y él, con mucha seguridad, me refirió: “Amor es quererse a uno mismo”. No denotaba duda alguna de su definición, su voz había sido firme a la hora de decírmelo, y pensé que quizá por la edad Victor ya no pensaba en novelitas de amor y poemas cursis. A veces eso pasa: de tanto trabajo uno se olvida del amor. Unos cuantos minutos faltaban para llegar a mi destino, en las calles del sur de la Ciudad de México, y para mí había sido muy claro su concepto del amor. Victor había tenido cuatro matrimonios: el primero, había estado locamente enamorado, pero sólo por un año, pues a los  cinco días de dar a luz al fruto de su inmenso amor ella falleció. Su segundo matrimonio estaría lleno de infidelidades por parte de la dichosa esposa, “sólo un par de años no lo quise ver, después nos divorciamos”. Su tercer matrimonio, bueno, en realidad sólo habían vivido juntos por poco más de cinco años, había sido una relación agradable, pero carente de deseo carnal, “casi como una hermana, tuvimos que dejarnos”. Y el cuarto, ése que duró más de 20 años, ése que disfrutó más, también había terminado, pues por segunda vez, desde hace 10 años, Victor era viudo.

     No, Victor no tiene 70 años. Ahora que lo pienso Victor tiene 60, y seguramente se casó a los 20. Y no tengo duda alguna que el amor lo ha llevado hasta donde está ahora, pues a pesar de sus malas experiencias, él se siente bien. Es ese amor que uno sí puede controlar, ese amor que no se tiene que mendigar. Ese mismo, al que tanto los pudientes como los impuntuales llamamos “autoestima”.

lunes, abril 15, 2024 Canadá
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